jueves, 29 de agosto de 2019

La tormenta

La tormenta azota los árboles con fuerza mientras miramos desde la lejanía atemorizados por lo que nos pueda pasar. Cerramos puertas, apuntalamos ventanas y nos aseguramos de que no quede nada suelto en casa, que ni un cubierto sufra tal desventura.

Cae la noche. El sonido es ensordecedor. El viento aúlla allá por donde pasa como un lobo hambriento acechando a su presa. Cada vez más cerca. Cada vez más intenso.

Se acerca.

Recemos por que todo lo que hemos hecho sirva de algo. Recemos por que nuestras ventanas no estallen en mil pedazos y nuestras puertas impidan el paso a la bestia.

Tenemos que aguantar.

Vibra el suelo, cada vez más. Nos habla. Viene a por nosotros.

- ¡Aguanta esa puerta, que no pase!

Humanos contra un monstruo. Desesperados por salvar una vida que acaba, una que nunca tuvieron que vivir. Se aferran a la esperanza. Una mentira.

Los azotes se intensifican, cada golpe parece el último. El ruido es tal que no hay palabras que puedan atravesarlo para llegar a los otros. Lo poco que queda de nuestra casa se zarandea sin parar. Poco queda de lo que antes era un hogar. El suelo cubierto de cristales rotos no es más que otra trampa mortal. Varias ventanas hace ya tiempo que se dieron por vencidas y solo la puerta trasera permanece cerrada.

¿Por que seguimos aguantando?

Sollozos en la habitación de la más joven, ella también sabe que falta poco.

- ¡Coge a tu hermana, salid de aquí!

Una fugaz mirada de lamento. Húmeda. Triste. Sin esperanza.

- No... ¡ella aún puede salv


Cien mil caballos enfurecidos entran por cada orificio de nuestra casa. Nos zarandean y tiran al suelo con agresividad.

Ya está aquí, ha llegado el momento.

La lluvia y el frío calan los huesos... Los movimientos, cada vez más lentos, nos acercan a la luz de los rayos que caen sin pudor sobre nuestra vida, acabando con ella.

- ¡¿Dónde estáis?! Donde...

Entre todo el ruido, un segundo de silencio para escuchar lo que necesitamos. Pero ya no están.

Los sollozos han cesado. Su supuesto héroe ha perecido. Sangre en el suelo es reflejada por cada una de las gotas de desesperación que no cesan de caer. Atrapándome en el contraste. Ya solo veo blanco y negro, uno tras otro en un infinito bucle.

El fin es la falta de todo. Sin brillo, sin saturación, sin emociones, sin vida por la que luchar. Ahora que ellos ya no están, ¿qué más dá? Día y noche, año tras año enfrentándome a él, todo para nada.

Hay tantos elementos arrodillándome que ya no sé donde es arriba. Tanta luz me ha hecho ciego. Tanto ruido ha hecho del silencio mi único acompañante. Luchar es retrasar lo inevitable y ya he perdido mucho el tiempo. Las agujas han pasado demasiadas veces por el mismo punto y lo único que he conseguido cambiar es la ubicación del reloj. Nunca he podido seguir el camino porque me arrebataron la brújula al nacer y cada vez que echaba la mano para recuperarla, perdía parte de mi alma. Ha sido duro pelear tanto contra un enemigo invencible. Uno que nunca se cansa y que siempre se levanta para volver a la carga. Las armas le hieren, los golpes le magullan, el fuego le quema, pero nada es mortal. Siempre consigue escaparse tambaleando, y volver.

Y no quiero seguir, prefiero que me lleve.