sábado, 19 de abril de 2014

La publicidad

Iba el señor X un día caminando por la calle y de repente se encontró un autobús. En él, un papel publicitario pegado en la carrocería llamó su atención.
-Que curioso -pensó -una nueva crema que asegura mantener tu piel tersa cien años desde su utilización. Pero claro -se empezó a preguntar el señor X -si es nueva, ¿cómo es que saben ya que va a dar esos resultados? Quiero decir, no ha habido tiempo para probar si eso es cierto o no, nadie puede demostrarlo aún, habría que esperar cien años pero, ¿y si te mueres antes? Luego no puedes volver para contar lo sucedido...
-Entonces -empezó a concluir -solo hay dos posibilidades: o ser estafado por un producto poco o nada veraz, o arriesgarte a que todos tengan la piel tersa el resto de sus vidas y tú no. Con lo cual, además de ser un horroroso monstruo, serías el hazmerreir del mundo entero... Creo que me compraré esa crema.

viernes, 11 de abril de 2014

Bucle

Cuando lo reconozco me pongo a temblar, pero él no se da cuenta. Para disimular contino repasando la hoja.

TRES DÍAS ANTES

Son las siete de la mañana y el maldito despertador ya está sonando... cada repetición del monótono sonidito me entra en la cabeza como una bala y me la atraviesa de un lado al otro.
-Por suerte -pienso- ya es el último día que te tengo que aguantar, desgraciado.
Me levanto, cojo lo primero que encuentro para taparme un poco y me acerco a la ventana despertador en mano (ahora ya apagado). El día promete ser caluroso y sin demasiado viento. Bajo la vista hacia la poco atractiva calle que está doce pisos bajo mis pies y, como me esperaba, está más vacía que mi nevera. Ni un alma vaga por ella y el único movimiento que hay es el de unos cuantos papelillos de colores que flotan en el aire. Miro al despertador, como quien mira a una amada, y sin darle tiempo a soltar ni una lagrimilla, ya está cayendo de camino al suelo mientras yo veo como se acerca, por fin, su último día. Poco tiempo después ya es historia en este mundo, que se vaya a despertar ahora a San Pedro, si le apetece.
Hechos los honores, cojo mi petate y abandono la que había sido mi intento de casa durante los últimos diez años. Unos años, por cierto, bastante buenos pero nada comparables a lo que me esperaba. Bajo en ascensor hasta la planta baja y allí me encuentro la primera sorpresa que me esperaba, un puñado de vecinos había decidido darme la despedida y desearme buena suerte. La verdad, la opinión que tengo de ellos es bastante pobre pero en fin, todos podemos actuar por un día.
Diez minutos después estoy por fin en el coche con todo listo para emprender el camino. Echo una última mirada al barrio, arranco y salgo. Para variar, en la radio no suena nada de provecho, estúpido reggaetón por todas partes y multitud de grupos de pop que repiten una y otra vez estrategia: ser jóvenes guapos y a la moda, dejando en manos de un ordenador el tema de hacer la música. En fin, visto el panorama, cojo uno de los discos que tengo por el coche de Judas Priest y, ahora sí, encaro las tres horas de coche que me esperan con algo más de alegría.

Son las diez de la noche y tras presentar documentos, comer algo y esperar con ansiedad durante más de dos horas en unos incómodos asientos, por fin estoy en la cola de embarque. Tan solo nos separan ya poco más de nueve horas de vuelo... que poco parecen comparadas con los años que llevamos planeándolo. La cola avanza y vamos entrando todos tranquilamente en el avión, ocupando cada uno el asiento que le corresponde. El mío, como no podía ser de otra manera, situado en ventanilla. Pronto cojo el sueño y duermo a ratos las siguientes siete horas, sin enterarme demasiado del viaje.

Me despierto ya en Martes y el Sol aún no ha salido, aunque poco le queda. Mientras tanto, a nosotros ya nos van sirviendo el desayuno y bastante que lo agradezco. Desde que abro los ojos por primera vez, no puedo dejar de pensar en él y en lo poco que nos queda para conseguirlo.
Tras el desembarque y todo lo que necesitas hacer para poder entrar en un país sin necesidad de saltar ninguna afilada y peligrosa valla, estoy ya en mi recién alquilado coche y me dirijo a la dirección donde acordamos que quedaríamos ese mismo día. Ya solo quedan un par de horas. Mi corazón late sin control y el pedal del acelerador está más presionado de lo aconsejable pero, por suerte para mí, pocos coches circulan a estas horas de la mañana, por lo que no contemplo tener ningún accidente.
Dos horas después sigo en el coche y no he llegado a mi destino, creo que me acabo de perder y así me lo confirma un pueblerino que me informa  de que me he confundido de salida pero que no estoy demasiado lejos. Tan solo quince minutos y habré llegado, me dice. Y así fue.
Hace muchos años que no estaba por aquellas calles pero recuerdo los viejos carteles de las tiendas y peluquerías que llenaban la ciudad antaño y que ahora son un simple recuerdo de lo que un día fuimos.
Según me acerco a la casa, mis pulsaciones aumentan peligrosamente y por fin, ya solo una curva y unos cien metros nos separan. Tomo cautelosamente la salida y la veo, allí está. Esa casa que tanto había echado en falta. Estoy ya en frente a ella, apago el motor, bajo del coche con una mezcla de tranquilidad y nerviosismo y me acerco a la puerta. El timbre sigue siendo el mismo aunque un poco más desgastado. Lo presiono y no tardan en abrirme la puerta. Una señora vestida completamente de negro y con lágrimas en los ojos me mira ahora mientras mi corazón se para unos segundos.
-Hola -la saludo con tono de humildad.
-Ho... hola... -me contesta entre sollozos- ¿lo conocía usted?
-¿Conocer a quién? -le pregunto con miedo a su respuesta.
-Ya sabe... a... Alex -y tras pronunciar estas palabras, se echa a llorar y mascullar entre dientes toda clase de insultos.
Mi corazón se para del todo y mi cabeza deja de funcionar. No puede ser... Esto no está pasando, es todo una mala pesadilla. Es imposible... Alex...
Los ojos se me congestionan y las lágrimas empiezan a brotar de ellos sin control. Empiezo a ver todo nublado y me desmayo.
Pasan las horas y, cuando la tarde ya está bastante avanzada, me despierto en una sala muy conocida por mis ojos y veo como ahora una cara familiar me observa desde una silla sin poder contener las lágrimas y con el rostro desgarrado por la tristeza.
De pronto la realidad me da el mayor golpe que me había dado hasta la fecha y lo empiezo a asimilar, él ha muerto sin que nos llegásemos a conocer. Vuelvo a cerrar los ojos obligado por otro desmayo y me despierto de nuevo en lo más profundo de la noche. Ahora, esa cara que antes me miraba, descansa a poca distancia en un sofá tapada por una fina manta.
Tengo la boca muy seca y el estómago vacío así que me levanto y voy a la cocina a trompicones a buscar algo que llevarme a la boca. De camino piso una hoja de lo que parece ser un dibujo y la guardo en el bolsillo de mi pantalón. Llego a la cocina malamente y cierro la puerta para poder encender la luz y así no despertar a nadie. Abro la nevera y cojo lo primero que tengo a mano, lo pongo sobre la mesa y me siento. Saco del pantalón la hoja que me había encontrado antes y la estiro. Entonces, al ver lo que en ella hay, mi cuerpo empieza a temblar y las lágrimas vuelven a salir sin control de mis ojos. Una mezcla fatal de rabia y tristeza me acompaña mientras veo el dibujo hecho por Alex mucho tiempo atrás. Es un dibujo típico de un niño pequeño, con sus tremendos errores al colorear y dibujar que lo dotan, si cabe, de una mayor perfección. Alex se había imaginado ya tiempo atrás este momento y lo había ilustrado, poniéndose a sí mismo en el centro del dibujo acompañado por mí y por su madre, que estaba descansando ahora en el sofá. Él se había imaginado esto y no era de la manera que lo estaba viviendo yo.
De pronto escucho un ruido que procede de la puerta principal. Abro apresuradamente la puerta de la cocina, desde la que se puede ver toda la planta baja, y veo como alguien está entrando por ella, pero no atino a saber quien es por la falta de luz. Unos instantes después esa menuda figura está más cerca y entonces lo puedo ver. Cuando lo reconozco me pongo a temblar, pero él no se da cuenta. Para disimular continuo repasando la hoja. Esa hoja donde está él representado en el centro y yo le doy la mano. Ese hijo que yo había tenido que abandonar sin saberlo hace diez años por culpa de la emigración, está ahora ante mis narices a tan solo un paso. Se detiene ante mí y alza la vista. Me agacho con infinita alegría a abrazarlo y, cuando tan solo nos separan unos centímetros, suena el despertador. Son las siete de la mañana.

miércoles, 9 de abril de 2014

Las sillas

Siempre a nuestro lado... nos ayudan cuando nos mareamos, herimos o cuando afrontamos la muerte ante la cruel mirada de nuestro verdugo, el cañón del arma que nos apunta a los sesos y que no va a dudarlo ni un instante.
Siempre a nuestro lado... y ni las gracias les damos. De hecho, las maltratamos dibujando en su respaldo soeces partes del cuerpo humano, haciéndoles agujeros, quemándolas y demás barbaridades que las pobres tienen que sufrir. No tenemos en consideración todo lo que hacen por nosotros día tras día porque, si así fuera, las trataríamos como si de dioses se tratase y miles de corderos serían sacrificados todos los años para honrarlas.
Siempre a nuestro lado, incluso cuando nadie se atreve a acercarse, allí están ellas, en su rincón, esperando complacernos con sus servicios a cambio de una pequeña suma de dinero. Ay, las sillas...
Gentes del mundo, respeten a las sillas porque algún día las necesitarán más de lo normal y, del modo que las tratamos no creo que tarden mucho en irse y dejarnos tirados en el frío y áspero suelo, al cual nuestros problemas importan más bien poco. Al fin y al cabo, solo es el suelo...

martes, 8 de abril de 2014

Historias

Historias y más historias, apiñadas, apretujadas, manteniéndose en pie gracias a la ayuda de sus semejantes que, en realidad, de semejantes poco tienen. Nos miran, las miramos y todos somos iguales.
Nosotros, humanos que se apiñan en un cuarto con mesas y sillas, todos juntos e iguales, apoyándonos en nuestros semejantes para mantener el equilibrio, aunque de semejantes poco tenemos.
Algún loco se atreve de vez en cuando a imaginarse lo que habrá tras la carrocería y se encuentra con que a lo mejor vale la pena intentarlo, ser valiente y leerla. Tal vez, y solo tal vez, una de esas con el lomo desgastado y una portada cutre sea lo mejor que vaya a leer en toda su vida pero, sin embargo, aquí está, hablando sobre libros en estanterías o personas en sillas y mesas, según como se mire.

viernes, 4 de abril de 2014

Etiquetas

Etiquetas, necesitamos etiquetas para indicarnos lo que somos. Etiquetas colgando de nuestras cabezas, de nuestra ropa, etiquetas en la puerta de casa, del frigorífico y del lavabo. Etiquetas en todas partes, todo perfectamente etiquetado, incluso este texto lo está, aunque tú no se la veas, la tiene. Todo muy bien etiquetado... todo, absolutamente... todo.
¿Y si nos equivocamos? ¿Y si nos pasa como en las rebajas que nos venden algunos artículos al mismo precio que tenían antes pero ponen ahora uno mayor tachado para hacernos creer que ahorramos algo? ¿Y si las etiquetas fueran solo prejuicios? ¿Y si...? Bueno, no sé, a lo mejor estoy loco... creo que necesito una nueva etiqueta.

jueves, 3 de abril de 2014

Las Palabras

Si yo fuese una palabra estaría ofendido, lo que tienen que soportar rebasa los límites de la crueldad. Ellas, humildes e inocentes, nacen con una forma, un significado, una identidad que las diferencia de todas las demás. No hacen daño a nadie, ni siquiera se quejan por compartir significado con sus familiares en el diccionario y nosotros, como seres más inteligentes que nos creemos, hacemos con ellas lo que nos da la gana... Empezamos cambiándoles el significado al echarles por encima un líquido llamado ''metáfora'', ''sarcasmo'' o ''ironía'', dependiendo de nuestro poder adquisitivo. Las palabras, lo creáis o no, sufren cada vez que se altera su identidad de una manera tan brutal.
Por si fuera poco, no nos quedamos tan solo en el ámbito de la perversión física, sino que pasamos al psicológico cuando decidimos cambiar su lugar de origen y las movemos a nuestro antojo por frases y oraciones, dándole a esta práctica tan sádica nombres bonitos para ocultar el horror que en verdad representan. Cuando hacemos este tipo de actos, las palabras se pierden, no saben muy bien que hacer en ese nuevo lugar que se les ha sido adjudicado y no tienen claro cual es su sitio en el mundo. Lloran y sufren en silencio ante la dominante mirada de su malhechor, el humano, que da el último paso y analiza hasta lo más profundo la anatomía de estas, las dota de un nombre que no quieren, dependiendo de su lugar en la oración, y hace que tengan una nueva función, como si ser palabra ya fuese fácil.
Señores, dejen en paz a las palabras, no quieren ser movidas, ni transformadas ni analizadas, quieren ser simples y claras, quieren cumplir la función con la que un día nacieron, comunicar. En definitiva, dejemos a las palabras ser, simple y llanamente, palabras.