jueves, 3 de abril de 2014

Las Palabras

Si yo fuese una palabra estaría ofendido, lo que tienen que soportar rebasa los límites de la crueldad. Ellas, humildes e inocentes, nacen con una forma, un significado, una identidad que las diferencia de todas las demás. No hacen daño a nadie, ni siquiera se quejan por compartir significado con sus familiares en el diccionario y nosotros, como seres más inteligentes que nos creemos, hacemos con ellas lo que nos da la gana... Empezamos cambiándoles el significado al echarles por encima un líquido llamado ''metáfora'', ''sarcasmo'' o ''ironía'', dependiendo de nuestro poder adquisitivo. Las palabras, lo creáis o no, sufren cada vez que se altera su identidad de una manera tan brutal.
Por si fuera poco, no nos quedamos tan solo en el ámbito de la perversión física, sino que pasamos al psicológico cuando decidimos cambiar su lugar de origen y las movemos a nuestro antojo por frases y oraciones, dándole a esta práctica tan sádica nombres bonitos para ocultar el horror que en verdad representan. Cuando hacemos este tipo de actos, las palabras se pierden, no saben muy bien que hacer en ese nuevo lugar que se les ha sido adjudicado y no tienen claro cual es su sitio en el mundo. Lloran y sufren en silencio ante la dominante mirada de su malhechor, el humano, que da el último paso y analiza hasta lo más profundo la anatomía de estas, las dota de un nombre que no quieren, dependiendo de su lugar en la oración, y hace que tengan una nueva función, como si ser palabra ya fuese fácil.
Señores, dejen en paz a las palabras, no quieren ser movidas, ni transformadas ni analizadas, quieren ser simples y claras, quieren cumplir la función con la que un día nacieron, comunicar. En definitiva, dejemos a las palabras ser, simple y llanamente, palabras.

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