lunes, 23 de diciembre de 2013

La mala educación.

Aplausos y júbilos llenan ahora el estadio tras la simple y decepcionante descripción de la tierra del flamenco, la paella y otras costumbres no meritorias de ser nombradas. Manos que se chocan entre sí y que proponen cambios. Manos que claman la educación como base del sistema educativo. Manos que, presentadas por medios ''sobreantes'', pasan a ser confundidas y maltratadas.
Y entonces, la gran masa de carniceros que compra esta materia prima de mala calidad, entra en escena y convierte esas manos en ridículos muñones. Que sí, siguen haciendo ruído, pero apenas se escucha.

Esta gran masa vuelve ahora a casa contando por el camino como, heroicamente y en nombre del pueblo Español, ha acabado con las enfermedades que nos amenazaban: la inteligencia,
el conocimiento y demás. Enfermedades más que tratadas a base de calmantes diarios en nuestros kioskos por parte del gobierno, por los siglos de los siglos, amén.
Visto todo desde esta perspectiva, parece el típico programa cómico español emitido todas las tardes de lunes a viernes en el que deciden contratar como reportera a una señorita con los pechos más grandes que su cabeza, portadora de un bestido más corto que una toalla de lavabo y más triste que el momento en el que René, la marioneta, descubrió que dentro de su cuerpo había una mano humana.
Volviendo al mundo real, debemos reconocer que la mayoría de españoles, ante propuestas de cambio y progreso, sacan las armas por defender algo que no conocen muy bien. Algo que se les ha servido en bandeja a manos de camareros con el suficiente poder para decir que, ese algo, es lo mejor del restaurante aún a sabiendas de que mienten. Teniendo en mente el único objetivo de defender su negocio y mantener felices a los que sustentan al restaurante ''España''.

Todo esta espiral de demencias comienza ya a una temprana edad cuando se nos ocurre entrar en la escuela y, posteriormente, en secundaria y bachiller. Siendo, posiblemente, estos últimos la causa de todos nuestros males. Tenemos ante nosotros la edad que marcará nuestra vida. Que marcará nuestro carácter, nuestra personalidad y nuestras posteriores decisiones y, en vez de aprovechar esta herramienta a la que llamamos educación, hacemos con ella el uso contrario, la convertimos en la deseducación. Primero de forma obligatoria (Deseducación Secundaria Obligatoria) y, posteriormente de forma obligatoria pero adornada con rositas y colorines (Bachiller). En este trágico periodo de nuestra vida nos dedicamos a aprender inútiles y complejas fórmulas matemáticas sin ninguna utilidad cotidiana, a memorizar infinitas frases sobre reyes, escritores, músicos y ''fumaos'' de la antigüedad y, mi parte favorita, aprendemos a agachar la cabeza, a convertirnos en ovejitas guiadas por un palo que sostiene un billete en su punta y a obedecer al portador de dicho palo que actúa normalmente de villano ante la idea de perder ese billete y no generar cincuenta nuevos.

Ay... si el Demiurgo estuviese vivo no permitiría esto... ¿Cómo dices? ¿Qué no sabes quien es el Demiurgo? Anda, deja la cura para el cancer y ponte a limpiar aceras, ¡paleto!

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