sábado, 22 de febrero de 2014

Las niñas pequeñas

Que cosas tan bonitas... se podría decir que literalmente por ellas los años no pasan. Se van haciendo cada vez más viejas y están cada vez más marchitas pero en cuanto les hablas, te das cuenta de que no, de que es mentira, siguen siendo unas crías. Tienen la piel arrugada, canas y necesitan ayuda para levantarse, pero en su cabeza hay mariposas, zapatitos de cristal y bonitas canciones para gente que no quiere escuchar, esas canciones que se repiten una y otra vez en todas partes y que, aunque no nos gustan, se acaban metiendo en nuestras cabezas a golpe de martillo, canciones que vamos repitiendo a lo largo de toda nuestra vida y que vamos contagiando a otros. Al final, como si de una epidemia se tratase, están tan esparcidas que hasta nos creemos que son obras maestras propias de genios meritorios de ser recordados, aunque se hayan llevado a la tumba la obra de verdad, la compleja, esa que a nadie gusta por aquello de que, al fin y al cabo, son solo gritos.
A lo largo de toda su vida, las niñas pequeñas se van encontrando trozos de la partitura que debiera haber sido difundida pero, como están acostumbradas a lo simple, deciden dedicarle una cruel mirada por encima del hombro y seguir por su camino. Aún así, siempre queda la loca que decide cuestionarse, parar y darse cuenta de que había vivido equivocada toda su vida.
Claro que, en un mundo de personas cuerdas, las locas son quemadas en la plaza del pueblo mientras  suenan a su alrededor los cánticos de moda, entonados por la gran muchedumbre que acude al espectáculo de la quema de la verdad y el festejo de la ignorancia más plena.

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