jueves, 16 de enero de 2014

Las duchas

-Mamá, me voy a dar una ducha.
-Pero rápido que queda poca bombona...

Abres el agua caliente, vas al piso de arriba a por la ropa, bajas, se te olvidan los calcetines y vuelves a subir. Cuando estás bajando, tu padre te pide que le cojas la chaqueta que está en su habitación (en el piso de arriba), vuelves a subir y bajas cargado hasta arriba de ropa. Llegas a la ducha y te das cuenta de que no queda jabón. Vas a la tienda de la esquina, compras jabón... una bolsa de Fritos, otra de Lays al Jamón y una esponja, por lo que pueda pasar. Vuelves a casa y te das cuenta de que el agua lleva abierta media hora y si a eso le sumamos que casi no quedaba butano, ya nos podemos ir olviando de la duchita. Pero aún así, miramos que tal está el agua. Para nuestra sorpresa, está hirviendo así que nos apresuramos a meternos dentro y a enjabonarnos. Y entonces, ¡ZAS! empieza a salir el agua más y más fría. Intentas luchar contra ella moviendo la manija del agua caliente hasta el tope pero ella, casi sin fin, cada vez está más fría. Y tu allí, intentando quitarte los restos del jabón mientras te mueves de lado a lado para evitar el chorro de la propia ducha y las gotas que rebotan juguetonas en el cristal y van a parar a tu cuerpo aún medio templado.

Entonces, harto de todo, le pegas una bofetada a la alcachofa. Haciendo que se dé un fuertísimo golpe contra la pared y en ese preciso instante, la ducha acaba de joderte el día. La manguerita, por donde está pasando el agua a menos doscientos grados, decide soltarse y chorrearte enterito de manera que ni el propio Bruce Lee podría esquivarla. Entonces, lo único que te queda es escapar de esa jaula cuanto antes y llamar a técnicos especializados en cuidado de idiotas.
Y así es cómo, poco a poco, esa bonita relación que antes teníais se va alejando más y más hasta que acabas en urgencias por falta de higiene.

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